17 de Agosto: 168° Aniversario del Paso a la Inmortalidad del Gral. José de San Martín

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SE ACERCA EL FINAL...

Era agosto de 1849, cuando decide, como lo había hecho Simón Bolívar antes, acercarse a la costa del mar, buscando las brisas vivificantes del océano. Quizás la proximidad de ese inmenso mar, lo acercaban un poco más a las orillas de su lejana tierra amada.

Las ganas de vivir, habían empezado a menguar en 1845, cuando el afamado oculista Sichel, le había prohibido la lectura, una de sus grandes alegrías y entretenimientos de su vejez. Llegó incluso a someterse a una operación de cataratas, que además de haberlo sumido en gran dolor, pocos resultados aportó. Poco a poco las cataratas fueron internándolo en las penumbras de una ceguera cruel.

Así llegó al Canal de la Mancha, en el norte de Francia, a un lugar llamado Boulogne Sur-Mer.

Sabía que el final estaba cerca. Paulatinamente, como un candil que se va apagando, su vida se iba extinguiendo con dignidad y sin estridencias, humildemente, quedamente.

No había en las palabras de aquel venerable anciano, palabras de reproches para con nadie, ni siquiera para con su Patria, que lo había olvidado. Sólo pasaban por su mente, los recuerdos gloriosos de años pasados, años de su vida sacrificada en pos de la Libertad e Independencia Americanas.

Moría dignamente, con la dignidad que solamente pueden tener los justos, los puros de alma y corazón.

El 13 de agosto de 1850 en uno de sus esporádicos paseos, hallándose de pie en la playa del Canal de la Mancha, con la vista apagada, perdida en el nebuloso horizonte, sintió el primer síntoma mortal. Llevó la mano al corazón, y dijo, con una pálida sonrisa, a su hija que le acompañaba: ¡C'est I´ourage qui mène au port! ("¡Es la tempestad que lleva al puerto!").

El 17 de agosto de 1850, empezó su agonía. Durante la mañana de ese día amaneció algo mejor, a como se había acostado la noche anterior. Sin embargo, cerca del mediodía sintió un fuerte dolor abdominal. Aquel que había visto a la muerte a los ojos muchas veces, supo que era su turno. Estaba muriendo, y lo entendió con dignidad. Le pidió a su yerno que lo condujera a la cama, mientras decía entre dientes: "Esta es la fatiga de la muerte".

Cerró los ojos ciegos, los mismos ojos que habían visto la Gloria de "Chacabuco" y "Maypo", los mismos que habían presenciado la Independencia del Perú, tuvo una breve convulsión, y expiró en brazos de la hija de su amor, a las tres de la tarde, a la edad de setenta y dos años y seis meses. El reloj de la pared detuvo su andar, justo a esa hora, inmortalizando aquel instante por toda la Eternidad.

Detrás de la partida de aquel venerable viejo, Padre de Tres Naciones, quedaba para siempre la Gloria Inmarcesible, de ser EL ARGENTINO MÁS GRANDE DE LA HISTORIA.

 

Fuente: Granaderos Bicentenario

 

 

 

 

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