Santiago del Estero, Mayo y el Cabildo

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A 207 años de la Revolución de Mayo resulta interesante poner a consideración el rol que desempeñó el cabildo santiagueño y el contexto en que se produjo la adhesión a la causa de Mayo.  Cabe que recordar que a comienzos del siglo XIX, Santiago del Estero dependía de la Intendencia de Salta del Tucumán con capital en la ciudad de Salta. El historiador Alfredo Gargaro señala que en 1810 Santiago ya no era la capital política y religiosa de la época de la conquista pues “había quedado, con el andar del tiempo, reducida a un pobre villorio con una escasa población de 4000 a 5000 almas, adormecida a la margen derecha del anchuroso río Dulce…con su caserío carcomido por el salitre y su alma afiebrada por el intenso calor que la mantenía en el letargo”.  En el mismo sentido, el Arq. Roberto Delgado, indica que la ciudad estaba habitada por sirvientes ya que los miembros de la clase política sólo pernoctaban unos días para controlar sus bienes. “Es la época de la colonia de balcones con rejas…la actual calle 24 de septiembre, paralela a la Acequia Real, insinuaba un nuevo perfil urbano al unir el templo de La Merced con el predio de la Catedral.  Al frente, una gran explanada servía de patio público (hoy Plaza Libertad) de donde partía una senda en comunicación con el Convento de San Francisco”.

En cuanto al Cabildo (institución clave en el contexto revolucionario de mayo) estaba ubicado en la esquina de Libertad y Tucumán al lado del actual Centro Cultural del Bicentenario y era conocido como “la Casa del Cabildo”, “Casa Real”, “Casa Consistorial o Capitular” y, también, “Casa del Ayuntamiento”. Esta institución fue la sede de las autoridades durante la dominación de la Corona Española y continuó siéndolo después de 1810 hasta que Juan Felipe Ibarra trasladó dicha sede a la esquina de Avellaneda y 25 de Mayo por el peligro que significada el edificio en ruinas.

El Cabildo se levantó en terrenos que pertenecieron a Doña Margarita Xeres y Calderón, viuda del Capitán Don Luís Antonio Medina y Garnica y que fueron comprados hacia 1702 cuando se mudó la ciudad y se trasladó la plaza central hacia aquel lugar. Sobre esta cuestión, sostiene Orestes Di Lullo que bajo la denominación de Cabildo se entendía también un conjunto de locales destinados a la “Justicia”, a “cárcel con calabozos” e incluso “viviendas” que se alquilaban a personajes de tránsito por la ciudad o al mismo Gobernador. Además, hubo un tiempo en que “sirvió de aposento para el carcelero y función de carnicería”. Sobre el edificio, Di Lullo realizó la siguiente descripción del recinto tratando de reconstruirlo lo más fiel posible:

  “…Hacia la parte de la plaza tenía dos plantas y formando ángulo recto con la fachada se extendía una serie de aposentos pertenecientes también al edificio principal pero que servían de viviendas a funcionarios y particulares. Este cuerpo de aposentos  era de una sola planta, techado de tejas sobre un cañizo cubierto de barro…el edificio principal tenía dos corredores, uno alto y otro bajo que eran sostenidos por pilares de madera de quebracho o de algarrobo. En la planta baja, frente a la plaza, se abría el zaguán a cuya derecha se encontraba la Sala Capitular y la escalera de acceso a los altos…a la izquierda del zaguán se hallaba la cárcel de mujeres, el calabozo y la cárcel de españoles…Los pisos eran de ladrillo. Las puertas y ventanas de madera de algarrobo y estas últimas tenían hacia el exterior una reja de hierro”.

 A este Cabildo le tocó afrontar graves dificultades y resolver situaciones de coyuntura como lo fue el pronunciamiento a favor de la Revolución. Según relata Alén Lascano, los pliegos que daban cuenta de lo sucedido en Buenos Aires fueron recibidos el 10 de junio por el Alcalde Domingo de Palacio pero al ser una ciudad subordinada, se tuvo que esperar el pronunciamiento del Cabildo salteño, tras lo cual el de Santiago adhirió a la causa de Mayo en la sesión del 29 de junio, procediéndose a continuación a “organizar la participación local que estuvo a cargo de Juan Francisco Borges que se diò a la tarea de constituir el contingente de Patricios Santiagueños que se iban a incorporar al ejército nacional rumbo al escenario bélico del Alto Perú”.

Mientras, la ciudad se insinuaba como una cuadrícula regular con calles principales con casas con frente y veredas que remataban en “palos con argollas a manera de palenques…insinuando esquinas, un frente se quebraba en dos, ochavado, modo argentino, boliviano y centroamericano de rematar una esquina…viviendas de dos plantas buscaban jerarquizar la morada de los principales ciudadanos”. En este tiempo existían tres tipos de viviendas: el clásico rancho de paja con horcones  de laurel o algarrobo y varejones de sauce; otras con cimientos de canto rodado y paredes de adobe, techo de paja y barro y pisos de tierra y edificios con paredes de ladrillo, techos en tirantes de madera  cubiertos de tejas, pisos interiores (algunos) de baldosas cerámicas y exteriores (algunos) de cantos rodados.

En tanto, la vida cotidiana seguía el  Protocolo Hispánico que incluía las Fiestas Patronales de Semana Santa y Corpus Christi, la Fiesta del Real Estandarte, Recepciones oficiales y Juramentos Regios que reunía a Cabildantes y vecinos en torno a la plaza principal. Respecto a la Fiesta del Estandarte Real, cada cabildo guardaba en custodia el Estandarte hispano y era usual que los santiagueños lo pasearan triunfalmente cada  25 de Julio en que se celebraba el Día del Apóstol Santiago. La población rendía homenaje al Estandarte con el repique de campanas, fuegos artificiales y un desfile encabezado por el Alférez Real acompañado de la Banda de Música y que recorría los alrededores de la plaza hasta la Catedral. Otras festividades eran la Ceremonia de Asunción al trono, el Onomástico del Rey y el Te Deum (‘A ti, Dios’) que era una ceremonia de Acción de Gracias y que actualmente precede a los actos oficiales. También se practicaban juegos como la rayuela, el vuelo de barriletes, carreras de caballos, tabas y riñas de gallo. Éstas últimas, se realizaban en el reñidero, un círculo cuyo centro estaba alfombrado o con ripio y eran tan importantes que la familia podía pasar hambre por alimentar al animal para que pudiera ganar las luchas y recibir el dinero de las apuestas.

De este modo, la Madre de Ciudades, a pesar de su situación de dependencia, asumía nuevamente un rol protagónico en los sucesos que dieron origen al proceso independentista argentino pues no hay que olvidar que “en los siglos XVI y XVII fue centro y partida de lo que hoy es la Argentina…mientras se gestaba algo, Santiago ya había sido”.

 

* La imagen ilustrativa: Reconstrucción del Cabildo Santiagueño en base a los datos aportados por Orestes Di Lullo

 

 

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